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Pereira, Colombia - Edición: 13.340-920 Fecha: Martes 01-10-2024 |
COLUMNISTA |
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La vendedora de minutos
Por: Jotamario Arbeláez
Durante
la filmación de La vendedora de rosas, tema con legalidad fusilado
de La vendedora de cerillas, de Andersen, Gustavo se esmeró hasta lo
imposible en sus funciones de asistente del productor, no tanto por
mostrar su fidelidad a Víctor Gaviria, el director que era su ídolo,
sino por ganar puntos ante Paloma, su paciente esposa. Pero ella ya
había perdido las esperanzas de una relación estable. Cinco años
habían pasado volando y se le agotó la paciencia. Además, dudaba que
la tal película fuera a ser un éxito monetario. Todo ese cuento de
desnudar las infames costumbres de las comunas era sólo un pretexto
de ese combo de gonorreas para meter droga venteada. El hecho fue
que cuando terminó la película y Gustavo regresó a casa con los no
escasos y bien contados denarios encontró que lo habían dejado.
“Hasta aquí nos trajo el tren”, rezaba la esquela que cubría un
plato con arroz y lentejas, sobre la mesa de la cocina. Le dolió
como si la claqueta se la hubieran cerrado sobre las huevas. Había metido perico tieso y parejo, para qué, si para eso se trabajaba. La droga
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hacía parte del
elenco. Meter para crear era muy distinto que hacerlo para soyarse o para
delinquir o para escaparse. A los ejecutivos de la Quinta Avenida no les dicen
nada cuando meten la perica colombiana para agudizarse en la busca de más
lucrativos negocios, pero a los genios brutos de acá hasta las propias señoras
los satanizan por ingerir el estimulante para rebuscar propuestas artísticas que
a pesar de la putrefacta materia prima puedan llegar a ser perdurables. Eso sí,
nada con las viejas en el rodaje, no quería complicarse la vida, ni a Lady
Tabares le provocó mandarle la mano. Lo que tenía, y bien cargadito, era sólo
para ella, para Paloma. |
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había sido la mujer de un animal que mal la trataba que se llamaba Libardo, y que la había botado para irse a joder a otra.
Gustavo inició la conquista, con su experiencia de revisor de
guiones. Encomendó a la protagonista de la peli que contestara sus llamados
ficticios y le hiciera una segunda adecuada. “Querida, no me dejes. No puedo
vivir sin mujer. Tú sabes el daño que me hace no descargarme. No imaginas cómo
he arreglado la pieza.” Pero siempre se escuchaba el golpe fulminante de la
colgada. La última vez le marcó furioso, le dijo que sabía que se había ido con
un tal Libardo y que por más gonorrea que fuera, él era peor de venéreo y que
donde los viera los masacraba. La vendedora de minutos oyó aterrada. Tenía que
tener compasión de este pobre hombre y tenía que salvar a su asqueroso compañero
anterior, padre de su hijo, de la tremenda amenaza. Así que comenzó a
coquetearle, a decirle que un fracaso de amor no podía significar el final de
una vida. Él la miro como a su salvadora. Al otro día le trajo perfume de
violetas y le ofreció compartir su remozada vivienda. La invitó a ver la
película y ella quedó prendada. Han pasado varios años y la pasión no declina.
Pero Margarita, la vendedora de minutos, no deja de pensar que de un momento a
otro va a aparecer su examante Libardo. A quien aunque lo dieron por muerto en
la última película de Gaviria, lo salvaron en el hospital los paramédicos que no
tenían idea del guion. Y de allí va a surgir el tema de otra tragedia.
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