Pereira, Colombia - Edición: 13.350-930

Fecha: Sábado 19-10-2024

 

 COLUMNISTAS

 

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La técnica de chupar rueda

Por: Jotamario Arbeláez

 

Hace unos meses, en México, cuando cenaba con Gabo y su esposa Mercedes en el melindroso restaurante del Hilton, tuve la impertinencia de espetarle al Nobel –que había tenido la gentileza de invitarme–, mientras le alargaba el tomo de Nada es para siempre, que me había publicado Aguilar: "Yo también escribí ya mis memorias". A lo que me respondió despectivo: "¿Y de qué te acordaste?", para carcajadas del atravesado Matraca, frente a sus punzantes tres tenedores.

 

 

Tenía razón. ¿Qué pueden importar mis recuerdos municipales frente a la memoria planetaria del escritor más famoso del presente, que se ha codeado con los reyes, presidentes, dictadores y líderes políticos y espirituales que se reparten el dominio del mundo, amén de las damas más bellas y los amigos más dulces? Como no soy huevón, contestele: "De las veces que he estado contigo, comenzando por la primera vez que

 

   

almorzamos codo con codo, hace 23 años, en la casa de Aura Lucía Mera, cuando todavía te hacías acompañar de Kataraín, antes de que ganaras el premio Nobel y de que salieras en estampía con tu saquito de cuadros para esta ciudad, ante la persecución que te había montado Camacho Leyva, por presuntas vinculaciones con el M-19. En ese tiempo el poeta premiado era yo, precisamente por tu editorial Oveja Negra, y tú te burlabas, pues decías que un escritor laureado era poco menos que un adefesio".

 

Para que nadie fuera a pensar que me las tiraba de chicanero, ni siquiera Gabo si me lo llegaba a encontrar, publiqué en el interior de mi libro memorabílico la foto del encuentro, en busca de prestigiar mis ínfulas. Para eso me había hecho experto en mercadeo en la arcadia publicitaria.

No le quedó más remedio que reírse de mi memoria fotostática, que nunca me falla cuando me conviene. Muchos escritores han practicado con Gabo ésta que llamaría la técnica de “chupar rueda”, proveniente del ciclismo. Tenemos entre nosotros, entre otros, entre ensayistas y biógrafos, a Cobo Borda con Vueltas en redondo, Oscar Collazos con La soledad y la gloria, Jaime Mejía Duque con La crisis de la desmesura, Alfonso López Michelsen con El oficio de escritor, Silvia Galvis con Los García Márquez, Álvaro Medina con La historia general de Macondo, Patricia Lara con Gabo y el poder, R. H. Moreno Durán con Capítulo catalán, José Salgar con Nos hicimos cómplices, Germán Vargas con Una obra que hará ruido, Samuel García con Tres mil años de soledad, Conrado Zuluaga con La misma mano, Álvaro Mutis con El parto del general, Germán Colmenares con Deliberadamente poética, Dasso Saldívar con El viaje a la semilla, Pedro Sorella con Los años difíciles, el propio Eligio García Márquez con Tras las huellas de Melquíades y hasta Poncho Rentería con 33 grandes reportajes. Pero al que menos le falla la memoria, pues fue su compañero de andanzas en las duras y en las maduras, es

 

 

 

 

a un émulo con muchos más derechos que yo, que es “El Chicanero” Mendoza –Plinio Apuleyo para que no quepan dudas–, quien después de haber publicado un libro con sus conversaciones, firmado por Gabo, El olor de la guayaba, primera edición de 200.000 ejemplares de La Oveja Negra, en 1982, previa entrega en sesión solemne por el presidente López del primer millón de pesos por concepto de adelanto en sus regalías, acaba de lanzar al mercado otro tomo titulado Aquellos tiempos con Gabo, que son prácticamente sus memorias refritas, donde utiliza al Nobel como trompo de poner, para radiografiarse por medio mundo dándose la buena y la mala vida a través de sus brillantes páginas. O es una biografía del hijo del telegrafista de Aracataca, donde el escritor boyaco aprovecha para contar su historia de patito feo que no se desarrolló. Se coligen por este libro las injusticias de la vida y de los editores, que encumbraron a Gabo en vez de hacerlo con él, que es mejor pluma, más inteligente, más culto, más pulido y mejor amante, y sobre todo menos comprometido con aquellos feroces revolucionarios, como Fidel Castro, que hacen invivible el planeta. En cambio, desde los tiempos de la revista “Libre”, que dirigiera Plinio por recomendación de Gabo, y donde se operó la ruptura política del Boom gracias a su insidia, se desvive por Vargas Llosa, el que más duro le ha revirado a Fidel Castro y le reventó las ñatas a nuestro fabuloso fabulista, en lío todavía no suficientemente aclarado. Y hasta con su hijo ensayista, el último de los Vargas, para llamarnos “perfectos idiotas latinoamericanos” a quienes, como Gabo, todavía mantenemos nuestra solidaridad con la isla del caimán barbudo. El libro de Plinio, desde luego, es interesante, bien urdido, bien escrito, y merece que lo leamos todos para que se convierta en un éxito de librería. Y así pueda redondear con sus regalías su miserable sueldo de embajador.

Febrero 9-04

Del libro El excelentísimo Gabo y los burros costeños.

 

 

 

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