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Pereira, Colombia - Edición: 13.367-947 Fecha: Domingo 18-11-2024 |
COLUMNISTAS |
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Carne de diablo para la familia
Por: Jotamario Arbeláez
Me cuidé en mi primera juventud de contraer matrimonio, como hizo la
mayoría de mis amigos anarquistas, agnósticos y misógamos, por la
sola razón de que las relaciones por ese tiempo eran más que
efímeras, y la revancha de las mujeres con los maridos abiertos era
no dejarles volver a ver a sus hijos, y menos si no sufragaban sus
manutenciones.
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de pedir
su mano di el brazo a torcer, pero sólo el brazo. Ha toda una vida, ya pagamos
la casa, nació el varón, y aquí seguimos en idénticos arrumacos.
Suelen —cuando se separan las mujeres ardidas— conseguirse los suplentes más raros, los más antípodas del abominado titular, para que éste sienta más duro el mordisco. Esto le sucedió, según informa el periódico El Tiempo, al supuesto Juan Zuluaga, un albañil de Medellín, quien se allegó a una casa de Justicia y Paz con el siguiente cuento, posteriormente confirmado por la señora:
Se habían casado hace 16 y ella le había dado tres hijos, a la fecha de 5 y 12 años las niñas y 10 el niño. Separados hace dos años, ella venía teniendo relaciones con un adepto del infierno, y al quedarse sin trabajo de empleada doméstica, éste la recogió en un taxi, la condujo a la fuerza a una finca adonde después le llevó —también secuestrados— a dos de los niños, y allí, con otros jóvenes, celebraban ritos en honor del Maligno. Un día desenterraron un cadáver y en presencia de los niños rezaron torvas oraciones alrededor de ese cuerpo. Lo único grato era que los alimentaban con carnita cocida, que sabía a marrano. Un día uno de los jóvenes sacerdotisos de La
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Misión
—que así se llama la secta— les preguntó que cómo sentían el condumio y ellos le
contestaron, ingenuamente, que bueno. Pues ahora viene lo mejor, les dijo, les
condujo a la olla, alzó la tapa, y vieron horrorizados cómo extraía de ella por
los pelos una cabeza humeante. Ese día iban a culminar con el “plato fuerte”. De
alguna forma la señora logró llamar a su hermana, ésta avisó a la policía y
aquesta —siguiendo rastros telefónicos— rescató a la familia, capturó a los
sectarios, mas no al misterioso padrastro.
Que además
de que se le engullan a la mujer, ésta conduzca a la familia del pobre diablo a
papear carne humana en la caldera del colega, no tiene perdón de Dios, con
perdón de las feministas. Esto lo leí el día de la madre, y la madre que casi me
vomito sobre el periódico y sobre la epístola de San Pablo.
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