Pereira, Colombia - Edición: 13.467-1047 Fecha: Sábado 19-04-2025 |
COLUMNISTA |
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Trabajando sin trabas
Por: Jotamario Arbeláez
Pues
como no logré graduarme de bachiller y había dejado pendientes tres
materias de cuarto cuando entré a quinto, que seguramente no pasaría
porque eran física, química y trigonometría, que nunca volvería a
oír mentar en la vida, me propuse doctorarme de callejero y así
salvé a mi papá de redoblar su trabajo de sastre “con un humilde
taller en su residencia de un barrio obrero” para darme universidad.
Ya andaba enfrascado en los poetas malditos y en los surrealistas y
existencialistas, y escribía en las oficinas de mis amigos poemas
incipientes con una desmerecedora chuzografía.
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liberal don Rafael Isidro Rodríguez y doña Elvia su esposa, y subsidiábamos la bohemia con los avisos que nos daban Pedro y Tulio Ossa, dueños de los almacenes de telas en la carrera octava donde Alfredo hacía de contador y donde me levanté mi primera hembra, ya de 28 pero bastante linda, casada y separada y generosa anfitriona, Diany Guzmán, quien ya debe tener 90 pero con quien me gustaría de nuevo tomarme un café.
El magazine duró muchos años con el mismo director después de que yo abandonara Cali en 1970 y se convirtió en una legendaria publicación latinoamericana de vanguardia donde se conocieron los poetas beatniks, los dadaístas, los nadaístas y el Marqués de Sade y los Jodorowsky.
Con mi dieciochesca figura opté por ser camaján de barriada, jugador de ajedrez con la zurda en la Academia García, practicante de boxeo en la villa olímpica, actor de teatro en el TEC de Enrique Buenaventura, bailarín de rock and roll en las discotecas de la zona de tolerancia y colaborados escandalizante con mis proclamas lirica en El País y Occidente por cortesía de Raúl Echavarría Barrientos y José Pardo Llada.
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Pero había que ayudar a la casa por cuyas goteras se colaba la luna y tuve la suerte de que el jefe de personal César Santafé me enganchara en la Croydon, fábrica de botas y llantas donde permanecí hasta ver que una máquina de donde acababa de retirarme rebanaba los dedos de las dos manos de mi reemplazo y salí corriendo. Me quedaría imposible continuar mi ya definido destino de poeta escribiendo con los muñones.
Para no dejarme
viendo un chispero Jaime Jaramillo Escobar, otro contertulio del movimiento me
enganchó en la Administración de Hacienda, en el Palacio Nacional, donde
laboraba por cortesía de su gerente don Honorio Giraldo, padre del también
nadaísta Diego León, ese sí sodomita y a mucho honor. Se trataba de revisar las
tarjetas que emitía un computador del tamaño de una sala con la información de
quienes evadían los impuestos para multarlos. Me pareció que era demasiada
sapería y no duré mucho tiempo. |
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