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convenios
laborales—, sí ha dado pasos significativos para ordenar y legitimar la
industria.

Uno de sus logros es la publicación de una “cláusula” con lineamientos que las
marcas pueden adoptar legalmente. Entre ellos, pagar a los creadores en un plazo
máximo de 90 días, algo que hoy, increíblemente, sigue sin garantizarse en
muchos contratos. “La falta de pagos a tiempo es una de las mayores fuentes de
estrés”, asegura Danial Abas, presidente del gremio. El mismo que adelanta la
creación de una base de datos llamada Hue, inspirada en IMDb, donde los
creadores podrán mostrar y certificar su trabajo.
Porque ser influencer, aunque muchos no lo crean, implica habilidades que van
desde la producción audiovisual hasta la estrategia de marca, pasando por
edición, gestión de comunidad, análisis de métricas y negociación comercial. Sin
embargo, todavía existe una brecha entre esa realidad y la percepción social del
oficio.
Y mientras esa brecha se cierra, los creadores siguen resistiendo. Con ansiedad.
Con incertidumbre. Con ataques anónimos. Pero también con creatividad,
autenticidad y el deseo genuino de conectar con otros desde un lugar más humano.
CreatorCare, en ese sentido, representa algo más que un servicio: es un síntoma
de un cambio necesario. El reconocimiento de que, detrás del celular, hay una
persona.
Una persona que ríe, que se equivoca, que duda. Que también necesita descansar,
poner límites, desconectarse. Que no es invulnerable a la comparación, al
desgaste emocional, al miedo de no ser suficiente. Y que, como cualquier otro
trabajador, merece espacios de cuidado, protección y dignidad.
En Colombia, donde el fenómeno de los influencers también ha crecido de forma
exponencial, estos debates aún están en una etapa incipiente. Pero tarde o
temprano llegarán. Porque la economía de la atención, esa que sostiene gran
parte del ecosistema digital, no puede seguir descansando sobre hombros
agotados.

Por ahora, proyectos como CreatorCare abren una puerta. Una señal de que es
posible vivir de la creación digital sin poner en riesgo la salud mental. Una
prueba de que detrás de cada pantalla, también hay historias que merecen ser
escuchadas. No por los números, sino por la humanidad que hay en ellas. Y esa,
quizá, sea la influencia más poderosa de todas.
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Por fuera, todo parece brillar: cifras de millones, viajes
patrocinados, acceso a productos exclusivos, fama digital y una vida
que muchos anhelan. Pero detrás de cada historia viral, hay un
esfuerzo invisible y agotador que está empezando a pasar factura. El
llamado burnout digital ya no es una advertencia, es una realidad
que golpea con fuerza a los creadores de contenido. Ahora, una nueva
iniciativa busca devolverles algo que han perdido: la estabilidad
mental y emocional.
Jayde Powell es una de esas voces que se alzan en medio del ruido de
los algoritmos. Aunque ha logrado consolidarse como influencer,
estratega de marketing y asesora de marcas como Uber o Delta
Airlines, también reconoce que el precio del éxito ha sido alto.
Publica casi a diario en LinkedIn y afirma haber ganado más de 50
mil dólares solo en el primer trimestre del año. Sin embargo,
también ha sufrido migrañas crónicas por mirar tanto tiempo la
pantalla, desarrolla sesiones de terapia mensuales enfocadas casi
exclusivamente en temas laborales, y admite, con una honestidad poco
común, ser adicta a la dopamina que generan los likes.
“No creo que esté bien despertarse y mirar el celular como primer
impulso”, confiesa. Su rutina, como la de muchos creadores, está
atada al rendimiento digital, a la necesidad de permanecer vigente,
de no desaparecer del radar del algoritmo. Ese miedo a la
irrelevancia es el que alimenta, día a día, la ansiedad y el
agotamiento de una profesión que aún no ha sido plenamente
reconocida.
En medio de este panorama, nace CreatorCare, un servicio terapéutico
especializado en creadores de contenido. La iniciativa, una
colaboración entre Revive Health Therapy y la comunidad Creators 4
Mental Health, ofrece sesiones virtuales con terapeutas humanos,
adaptadas específicamente a los problemas que enfrentan quienes
viven del mundo digital. Los precios, que oscilan entre los 60 y 180
dólares, intentan ser accesibles para un
gremio cuyos ingresos son tan inestables como las métricas de sus
publicaciones.
Amy Kelly, cofundadora de Revive Health Therapy, compara el fenómeno
con una maquinaria desbordada: “La industria del contenido creció
como una máquina sin mantenimiento”.
Desde su experiencia clínica, ha visto cómo la conexión digital
constante produce vínculos artificiales que
pueden distorsionar la percepción de la realidad. “Esos corazones,
‘likes’ y comentarios son recompensas
dopaminérgicas que imitan
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la interacción real, pero no la
reemplazan”, afirma.

Y cuando esa misma audiencia que antes aplaudía, ahora critica o insulta, el
golpe emocional puede ser devastador. Powell lo sabe bien. Basta una opinión
sobre una actuación —como la que hizo sobre Blue Ivy, la hija de Beyoncé— para
convertirse en blanco de ataques. También fue víctima de acoso en X cuando ayudó
a lanzar una comunidad de cannabis enfocada en mujeres negras. “Ser influencer
no es un trabajo de verdad”, le han dicho. Y aunque tiene estudios en marketing,
a veces siente la necesidad de enfatizar esa formación para ser tomada en serio
en espacios corporativos.
Pero este es un trabajo. Uno con horarios inestables, presión emocional,
exposición permanente y que rara vez ofrece prestaciones básicas. Un trabajo
que, además, millones de jóvenes aspiran a tener. Según un estudio de Morning
Consult en 2023, el 57 % de los encuestados de la Generación Z expresó su deseo
de convertirse en influencer. El problema es que el sueño aún no cuenta con el
respaldo estructural que tienen otras profesiones.
Shira Lazar, cofundadora de
CreatorCare, lo resume con claridad: “El miedo a desaparecer alimenta el
agotamiento”. A sus 42 años, sabe que no todos los que crean contenido tienen
acceso a servicios de salud mental, y que hablar de ansiedad o depresión en este
ámbito sigue siendo un tabú. Sin embargo, también está convencida de que
es necesario abrir el debate. “Quiero seguir creando hasta que me muera, pero
para eso necesito estar bien”.
Por eso, iniciativas como esta no solo son necesarias, sino urgentes. Y no están
solas. En 2023 se creó la Creators Guild of America, una organización sin fines
de lucro que busca defender los derechos de quienes producen contenido en redes.
Aunque no es un sindicato —no puede convocar huelgas ni exigir
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