Pereira, Colombia - Edición: 13.503-1083

Fecha: Sábado 31-05-2025

 

 ESPECIAL

 

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La lluvia como fuente de energía: un experimento que podría transformar los techos de nuestras ciudades

 

 

nuevas posibilidades en áreas como la nanotecnología y el tratamiento de materiales.

 

“Con esta tecnología, podríamos transformar algo tan cotidiano y desaprovechado como la lluvia en una fuente constante de energía limpia”, dijo el profesor Soh en una entrevista reciente. Su visión va más allá del laboratorio. Imagina un futuro en el que edificios enteros estén diseñados para recolectar la lluvia, canalizarla por estos tubos inteligentes y devolverla a la red en forma de energía, tal vez lo suficiente para mantener encendidas las luces del pasillo o cargar teléfonos móviles.

 

A primera vista, podría parecer una contribución pequeña. Pero la historia de la tecnología está llena de inventos que comenzaron como soluciones modestas y terminaron cambiando el mundo. Hace apenas unas décadas, nadie habría imaginado que el calor de nuestros cuerpos y la fricción de nuestras pisadas pudieran alimentar sensores inteligentes en las calles de una ciudad. Hoy ya sucede.

 

 

En contextos urbanos densos, como los de Medellín o Bogotá, donde el agua de lluvia a menudo es canalizada rápidamente al sistema de drenaje, esta tecnología ofrece una forma de capturar parte de esa energía antes de que se pierda. Es posible imaginar techos inteligentes que, además de recoger agua para consumo o riego, generen electricidad durante cada aguacero.

Claro, aún quedan muchos pasos por recorrer. La eficiencia debe mejorar, el diseño debe adaptarse a entornos reales y se deben reducir los costos para hacer viable su implementación a gran escala. Pero si la investigación continúa su curso, y si las inversiones acompañan el desarrollo, podríamos estar frente a una revolución silenciosa: una energía que cae del cielo, que no contamina, que no requiere combustibles fósiles y que podría estar disponible incluso en los rincones más apartados del país.

 

 

La lluvia, que durante siglos ha sido símbolo de renovación, podría muy pronto tener un nuevo significado: el de energía limpia cayendo directamente en nuestras manos. Y lo mejor es que no hay que esperar tormentas eléctricas para obtenerla. Basta con escuchar las gotas golpear el techo para saber que, quizás, ya estamos generando luz.

 

 

En un rincón del planeta donde el cielo llora con frecuencia, la lluvia ha sido por siglos una compañera constante, a veces temida, otras veces bienvenida. Sin embargo, lo que para muchos es solo una molestia o un alivio climático, podría convertirse en una solución inesperada a uno de los grandes desafíos del presente: la necesidad de energías limpias y sostenibles.

Un grupo de científicos en Singapur ha dado un paso audaz en esta dirección al desarrollar una tecnología que, con apenas un milímetro de agua, promete abrir la puerta a una nueva forma de generación eléctrica. No hablamos de represas ni de complejos sistemas hidráulicos. Hablamos de gotas de lluvia y de tubos diminutos capaces de convertir lo que cae del cielo en corriente eléctrica.

 

 

La tecnología, aún en etapa experimental, podría parecer salida de una obra de ciencia ficción, pero los resultados son asombrosamente reales. El equipo, liderado por el profesor asociado Shaulin Soh de la Universidad Nacional de Singapur, ha conseguido generar electricidad a partir del movimiento natural del agua cuando cae por un tubo delgado. Y no es un tubo cualquiera: es un cilindro de fluoropolímero de apenas dos milímetros de diámetro y 32 centímetros de alto, que, sin ayuda de bombas ni energía externa, transforma una simple caída de agua en una corriente aprovechable.

 

¿Cómo lo logran? Mediante un fenómeno físico que hasta ahora se creía limitado a escalas nanométricas. La clave está en el llamado “flujo tapón”, un patrón de movimiento en el que el agua y el aire se alternan dentro del tubo. Esta alternancia crea las condiciones necesarias para que se produzca una separación de cargas eléctricas. En ese punto, los iones de hidrógeno son arrastrados por el flujo de agua, mientras los de hidróxido se adhieren

 

 

 

a las paredes internas del tubo, generando una diferencia de potencial que puede ser captada por electrodos.

 

El descubrimiento va contra muchas de las ideas tradicionales en el campo de la física de fluidos. Según la teoría convencional, este tipo de separación de cargas solo puede darse en tubos ultradelgados, donde la fricción y la interacción entre el agua y las paredes del tubo son lo suficientemente intensas para crear una corriente eléctrica. Pero en esos tubos diminutos, el agua no fluye fácilmente. La tensión superficial y la presión capilar lo impiden. El equipo de Soh encontró una forma de esquivar esas limitaciones al trabajar con un tubo apenas más grueso —de un milímetro— lo suficientemente delgado para mantener el efecto, pero lo bastante grande como para permitir que el agua caiga de forma natural.

Lo notable del experimento no es solo su novedad científica, sino su impacto potencial. En las pruebas de laboratorio, el sistema fue capaz de generar hasta 440 microvatios con un solo tubo. Puede sonar como una cantidad insignificante, pero representa una densidad energética notablemente alta. Con dos tubos, duplicaron la energía; con cuatro, encendieron un conjunto de doce luces LED durante más de 20 segundos, sin otra fuente de energía que la gravedad y unas gotas de agua.

 

Imaginemos por un momento lo que esto podría significar en un país como Colombia, donde las lluvias son frecuentes durante buena parte del año. Si esta tecnología llegara a escalarse, podríamos ver tejados y canaletas de viviendas, edificios e incluso escuelas rurales adaptados con estos microgeneradores. No se trata de reemplazar a las grandes centrales hidroeléctricas o solares, sino de sumar una herramienta más, silenciosa y eficiente, al portafolio de soluciones sostenibles que el planeta tanto necesita.

 

Y no es solo la electricidad lo que está en juego. Esta separación de cargas también podría utilizarse en procesos químicos, como la descomposición de contaminantes en el agua, o en la modificación de superficies para hacerlas más resistentes a la humedad. Incluso podría servir para manipular partículas diminutas, lo cual abre

 

 

 

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