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estas películas no solo entretienen: resuenan, alertan, invitan a
cuidar.
Además, hay algo profundamente político en la manera en que Ghibli representa el
mundo. Tanto Miyazaki como Takahata fueron intelectuales comprometidos, lectores
voraces e influenciados por la literatura francesa, la filosofía oriental y la
historia europea. En sus películas hay alusiones a guerras, dictaduras,
migraciones y desigualdades, aunque nunca desde la prédica o el panfleto. Todo
está contado desde los ojos de niñas valientes, criaturas misteriosas, pueblos
lejanos. Es un discurso que entra por la poesía, no por la consigna.
En las universidades y festivales de cine en Colombia, el interés académico por
Ghibli ha crecido. Profesores y estudiantes analizan cómo el estudio japonés ha
reformulado los arquetipos de género en la animación, especialmente con
personajes femeninos fuertes e independientes. Nausicaä, Chihiro, San o Kiki no
necesitan ser rescatadas. En cambio, resuelven, deciden, se equivocan y crecen,
ofreciendo una representación compleja y enriquecedora.
El aniversario número 40 también llega con una carga emotiva particular. El niño
y la garza (2023), la más reciente película de Hayao Miyazaki, podría ser su
última obra. A sus 84 años, el director se resiste a despedirse, pero también ha
hablado de retiro. Si así fuera, estaríamos ante el cierre de una era. Muchos se
preguntan qué pasará con el estudio sin su figura emblemática. ¿Podrá Ghibli
reinventarse? ¿Habrá nuevos talentos capaces de heredar ese espíritu? Pese a la
incertidumbre, hay razones para el optimismo. La influencia de Ghibli ha echado
raíces en toda una generación de animadores independientes que, incluso en
Latinoamérica, han comenzado a experimentar con narrativas visuales más
introspectivas y cuidadosas con la estética. Algunos cortos producidos en
Colombia ya exploran el dibujo manual, el vínculo con la naturaleza o los mitos
populares desde una sensibilidad cercana a la del estudio japonés.

Y aunque el futuro sea incierto, la marca de Ghibli ya está tatuada en la
memoria emocional de millones. Como dice Margot Divall, una joven fanática:
“Sobrevivirá mientras no pierda su belleza, y mientras el esfuerzo, la atención
y el amor que lo sostienen permanezcan intactos”. Tal vez ese sea el mayor
legado del estudio: haber demostrado que, en tiempos donde todo se acelera y se
simplifica, el arte puede seguir siendo un espacio de pausa, de profundidad y de
conexión con lo esencial.
A los 40 años de su fundación, Studio Ghibli sigue siendo mucho más que una
productora de cine. Es una forma de ver el mundo. Una voz que susurra que el
dolor y la ternura pueden convivir. Que incluso en medio de la violencia, la
avaricia o el olvido, la imaginación aún puede salvarnos. Y eso, para cualquier
rincón del mundo, también para Colombia, es una promesa que vale la pena
celebrar.
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Por estos días, mientras las pantallas del mundo se inundan de
efectos digitales y narrativas previsibles, una celebración
silenciosa pero profunda ocurre al otro lado del planeta: Studio
Ghibli, el legendario estudio japonés de animación, cumple 40 años
de existencia. Para muchos, no es una simple efeméride. Es una
especie de homenaje a la imaginación, al arte hecho a mano y a una
forma de contar historias que ha marcado generaciones enteras,
también en Colombia, donde los universos creados por Hayao Miyazaki
e Isao Takahata se han convertido en refugio emocional y espejo de
nuestras propias inquietudes.
Fundado en 1985, Ghibli nació en un Japón que, tras su
industrialización acelerada, empezaba a cuestionar su relación con
la naturaleza, el progreso y la espiritualidad. La sensibilidad de
sus fundadores, ambos sobrevivientes de una infancia marcada por la
guerra, impregnó las historias con una melancolía única, que no teme
a la oscuridad ni idealiza la realidad. El estudio se hizo conocido
internacionalmente por obras como Mi vecino Totoro (1988), La
princesa Mononoke (1997) o El viaje de Chihiro (2001), esta última
ganadora del Óscar y una de las películas animadas más influyentes
del siglo XXI.

Detrás de esas películas hay algo que se siente más allá de lo
visible. Lo expresa muy bien Goro Miyazaki,
hijo del maestro Hayao: “No hay solo dulzura, sino también amargura
y otras cosas que se entrelazan magníficamente”. En efecto, ver una
película de Ghibli no es simplemente presenciar una aventura. Es
ingresar a un universo donde la luz y la sombra coexisten, donde el
miedo, la pérdida, la muerte o la guerra aparecen con sutileza,
incluso en los relatos aparentemente más infantiles.
Ese enfoque narrativo contrasta profundamente con lo
que muchos están acostumbrados a ver en las producciones animadas de
corte occidental.
Susan
Napier, académica de Tufts y autora del libro Mundo Miyazaki, señala
que el encanto de Ghibli reside en su
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ambigüedad emocional y moral. No hay héroes perfectos ni villanos
irredimibles. En Nausicaä del Valle del Viento (1984), por ejemplo, no hay un
antagonista claro. En cambio, hay preguntas, dilemas, tensiones éticas que
invitan al espectador a reflexionar y no simplemente a tomar partido.
En Colombia, el impacto de Ghibli ha sido creciente, sobre todo en la última
década, donde su acceso se ha facilitado por plataformas digitales. Para muchos
jóvenes artistas, ilustradores, cineastas y amantes de la animación, Ghibli no
es solo una referencia estética, sino un ejemplo de resistencia frente a una
industria cada vez más automatizada. Mientras otros estudios migran al 3D y
priorizan la eficiencia tecnológica, Ghibli ha defendido con fiereza el trabajo
artesanal, el dibujo cuadro a cuadro, la textura imperfecta que le da alma a la
imagen.

Esa decisión ha sido tan influyente que, incluso hoy, las redes sociales están
repletas de imágenes generadas por inteligencia artificial que imitan el “estilo
Ghibli”. Sin embargo, esta tendencia ha despertado controversia. ¿Hasta qué
punto estas recreaciones respetan el legado del estudio? ¿Es ético usar IA para
simular lo que cientos de artistas humanos tardan meses en crear? Las preguntas
han reavivado el debate global sobre los derechos de autor y el valor del arte
tradicional, temas especialmente relevantes en la era digital.
Más
allá de la estética, Ghibli también ha sido una plataforma para temas
profundamente humanos y actuales. La princesa Mononoke, por ejemplo, es una
poderosa reflexión sobre el conflicto entre desarrollo y medioambiente. Un
mensaje que, en pleno 2025, se siente más urgente que nunca. Para los
colombianos que enfrentan problemáticas como la deforestación del Amazonas o la
contaminación minera,
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