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Pereira, Colombia - Edición: 13.232-812 Fecha: Martes 26-03-2024 |
COLUMNISTAS |
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Epitafios retumbantes
Por: Jotamario Arbeláez
Toda la verraca
vida escribiendo para al final no tener alientos ni para elaborar un
buen epitafio. Similar por lo menos al de Groucho Marx, que me
parece el culmen de la elegancia: “Señora, perdóneme que no me
levante”. Durante mis horas de ocio, que desde que me alejé de la
vagancia suelen ser todas, me dedicó a escrutar temas que me ayuden
a pasar por este valle de lágrimas de cocodrilo llamado tierra.
Entre ellos verbigracias al cielo los epitafios de gentes famosas,
que gracias a su ingenio lograron sobrevivirse.
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poetas del grupo que fueran
abandonando la ropa. De casualidad, en el océano de borradores de mi escritorio,
en una de mis carpetas encontré éstos:
Gonzalo Arango: “Para quejarme
tendría que estar vivo”. Amílcar Osorio: “El nadaísta que no nadó”. Elmo
Valencia: “Nunca trabajé. Y qué trabajo me costó morir”. Jaime Jaramillo
Escobar. “Se cansó de esperarme la eternidad”. Humberto Navarro: “Descansen en
paz”. Alberto Escobar: “Yo aquí no quepo”. Alfredo Sánchez: “Sólo quedan mis
esquirlas”. Dina Merlini: “Ya vuelvo”. Darío Lemos: “Lemos Hurtado a la vida un
hijo”. Alberto Rodríguez, el nadaísta de Cartago: “Aquí los espero”. Kat: “Hasta
aquí llego Kat, buscando yerba”.
Quienes nos dedicamos al arte y la literatura, así como los científicos, lo hacemos para no morir del todo. Para dejar nuestra huella si no en un museo o en
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una biblioteca por lo menos en Facebook. Siempre recuerdo el cabezazo de Tzara, del que se apropió Andre Breton: “Es inconcebible que un hombre deje huella de su paso por el mundo”. Precisamente por esa frase se les recuerda.
Muchos lectores me escriben que deje de joder con la muerte, de la que vengo hablando reiterativamente en mis poemas y colaboraciones de prensa. Pero resulta que me cansé de pelear con los vivos, con los muy vivos, y de denunciar sus avivatadas. Y ya casi tampoco hablo del sexo, pues me siento con la lengua multada. Y lo que tenía que decir de los viajes y de los familiares ya lo dejé consignado. El tema de la muerte es de nueva data en mis escrituras, y lo he asumido de una manera francamente jocosa. Como para hacer morir de risa a la calavera.
Tres de mis principales compañeros nadaístas de Medellín, Gonzalo Arango, Amílcar Osorio y Darío Lemos murieron de 45 años. Y mis dos de Cali, Elmo Valencia y Jaime Jaramillo Escobar los doblaron hasta 90. Yo voy ya por 82, a todo vapor por no decir que a toda mecha o a todo timbal. Cada día de mi vida lo he paladeado y exprimido el precioso jugo. No puedo negar que me fue bien en el tour.
Como dije al principio que me
siento un poco cansado y poco inspirado para ponerme a cranear un nuevo
epitafio, me tomo la libertad de plagiar la frase de un presidente de la
república para permanecer en el solio: “Aquí estoy y aquí me quedo”. Ojalá
repujado en mármol. Igualmente él había plagiado mi frase aquella de que: “¿Qué
necesidad hay de legalizar la marihuana si la marihuana es “legal?”. Tenía uno
precioso de vieja data, pero me lo tumbó mi mujer: “Amor tajado. Se pulcro”.
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