\-= El Imparcial =-/ Artes
     Publicidad

 

  Página 14                                              Pereira - Colombia. Año 60 - Segunda época - Nº 12.424-04 - Fecha 07-13-2009

Fundado el 9 Julio de 1948

Inicio | Noticias | Judicial | Opinión | Política | Internacional | Cine | Artes | Reportajes | Entrevistas | Tecnologías | Economía | Salud | Deportes

Inicio        Final

Clasificados

 

ARTES

Onetti: "Todo en la vida es mierda" 

 

Por Harold Alvarado Tenorio

 

El pozo (1939), de Juan Carlos Onetti Borges (Montevideo, 1909-1994) rompió las convenciones literarias de su tiempo anunciando la nueva novela. Nadie había narrado hasta entonces con lirismo tan cruel y amordazado [«Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender»] el desarraigo del hombre, en el mismo momento que el mundo se venía abajo con el auge del nazismo, los estragos de la Gran Guerra y los conflictos económicos e ideológicos de entonces, con sus oligarquías dominantes, sus dictadores y caciques. 

 

Este libro hondamente pesimista, creó, en Eladio Linacero, el arquetipo del antihéroe onetiano, «sólo y entre la mugre». Soñador, enamorado de la juventud y la inocencia, no encuentra otra forma de realizar su sueño que raptando una adolescente, Ana María. Lázaro, el militante, tiene un ideal; Cordes, el poeta, sus bellos pensamientos, pero para Eladio no hay sino un sentido de culpa y la certeza de vivir aislado en un mundo de eterna oscuridad.

 

La vida breve (1950) es una larga novela que marca el punto culminante de su carrera como narrador. No sólo cuenta la vida novelesca de un novelista, Juan María Brausen, sino la novela o el guión cinematográfico que escribe, la crónica que hace durante el relato que Onetti hace de su vida y que llega a confundirse con ella, trascendiéndola y salvándola. El personaje central es un alienado e introspectivo publicista que vive con su esposa, [Gertrudis, que ha perdido un seno a causa de un cáncer], una atroz intimidad de mutuo desamor. Al ser cesado del trabajo, incapaz de enfrentar la nueva situación cae en una serie de fantasías, o argumentos, tratando de dar sentido a la confusión: unas veces es el bandido Arce, que vive con una prostituta y vende drogas en las calles, o el médico cínico Díaz Grey, para quien Brausen inventa un amor con la joven Elena Sala y un completo escenario: un lúgubre puerto de río llamado Santa María. De esa manera Brausen lleva a cabo su batalla contra el anonimato, queriendo vivir y morir sin memoria.

 

Puerto de Santa María es el lugar, la tierra, el nombre feliz lleno de sol, de gentes, de árboles y soledad donde el autor y los personajes hallan salvación. Una ciudad irreal, limbo terrestre donde viven el tormento de la vida breve sin importarles el futuro, ausentes de pasado y sin necesidad ni interés por comunicar algo a los otros. En Santa María los personajes existen absortos en un tiempo que es un presente invulnerable al pasado y al futuro. De allí que mientras Brausen escribe una novela, Onetti escriba la que leemos y los personajes tengan que huir de Buenos Aires o de Montevideo, a Santa María, para encontrar libertad, porque sospechan que es el otro mundo, un país de maravilla, una ciudad literaria.

Santa María está hecha de los sueños de Brausen como Brausen de los sueños de Onetti, quien deja a aquel crear en su memoria y sus delirios la ciudad. Brausen sabrá de la realidad de sus sueños mientras su mujer llora, dormida, y Onetti, que comparte con él un despacho, le hace buscar la salvación en la habitación de la Queca, su vecina de aquel. En esa habitación, «naturaleza muerta» donde se oyen todos los ruidos del mundo y desde donde siente los suspiros de su mujer que sufre en sueños, Brausen, -que se finge Arce para gozar de la pureza ilusoria de no tener pasado y se realiza en Díez Grey haciendo que el ayer no importe y la historia de su personaje sea impotente ante el hoy de Santa María-, se mueve adentrándose en sí mismo como por el espacio irreal de un cuadro. Los objetos, sucios y podridos, reposan con obstinada inocencia, ajenos al devenir, desnudos en su existir, mudos y discretos pero apoderándose del intruso. Absorto en esa paz que contagian los objetos llega a la existencia pura, recorre el alma, el cuerpo, la persona toda de la Queca, logrando una intimidad irrecuperable con ella. Decide entonces asesinarla para lograr el vacío total. Pero un otro, real, la mata por él. Brausen alcanzará la plenitud del ser cuando, en compañía del asesino real, se entrega a la policía:

 

Esto era lo que yo buscaba desde el principio -se dice-, desde la muerte del hombre que vivió cinco años con Gertrudis: ser libre, ser irresponsable ante los demás, conquistarme sin esfuerzo en una verdadera soledad.

 

La vida breve  es una elegía-despedida a la vida sin pasar por la muerte; la conciencia de la soledad y de nuestros falleceres diurnos y nocturnos. Y el rechazo, también, a todos los valores que se nos han impuesto. Brausen inventa una realidad para vengar la realidad no elegida pues, como artista, tiene la facultad de crear otros mundos para escapar de la insoportable continuidad de la existencia.

 

La imposibilidad de comunicación rige El astillero (1962), su pieza maestra. La novela está dominada por la persona de Junta Larsen, un hombre duro, lacónico y rebuscador, antiguo propietario de un burdel que había aparecido por primera vez en Tierra de nadie y que también forma parte del elenco de La vida breve. Las visiones ideales de la juventud de Larsen, sus subsecuentes sueños de riqueza y poder, le han eludido; ahora está al final de su larga maniobra. Vuelve a Puerto de Santa María y se convierte en un muy bien remunerado gerente de un astillero. De hecho, el astillero es un despojo del tiempo y el salario mera imaginación, pero Larsen, como los otros empleados, entran a gusto y con aparente convicción en este juego kafkiano: estudian archivos envejecidos, hablan de barcos que hace tiempo desaparecieron, cortejan a la enferma hija del patrón. La crisis se precipita cuando uno de los empleados se rebela contra este mundo absurdo, y Larsen, fallando al intentar asesinarle, enloquece y muere.

 

Para Larsen la vida se nos va haciendo nada, una cosa tras otra sin interés ni sentido. Pero a pesar del fracaso y las degradaciones, su heroísmo reside en tratar de encontrar algún sentido a su constante lucha por sobrevivir, sabiendo que crecer es fallar pues sólo en la juventud somos capaces de amar y tener esperanzas. Al cerrar el libro tenemos la certeza de que la muerte es la única que puede salvarnos del absurdo de vivir, librarnos de esa pesadilla que es la vida adulta.

 

El asunto de Juntacadáveres (1964) es un fragmento de la vida de Larsen, cuando, al establecer un burdel en Puerto de Santa María, asiste a la realización de su ideal. Refiere paradójicamente los precedentes de la expulsión decretada por el gobernador, de Larsen

 

 

o Junta, quien murió, según se cuenta en El astillero, de pulmonía en un hospital de El Rosario.

 

Santa María es ya una ciudad en plenitud ciudadana. Pero la verdadera historia hay que buscarla en el ánima de los personajes: Larsen, con su extraña vocación de ser siempre y sobre todo una figura escatológica, un ave de mal augurio que anuncia la muerte, un junta-cadáveres, hiena coleccionista de carroñas, y su grupo de grotescas putas, decrépitas, buscando en el lupanar el naufragio definitivo.  

 

Onetti ha puesto en esta novela toda la sabiduría de su larga existencia a fin de someternos al asfixiante clímax de una ciudad alucinada que renace cada día, desde su provincialismo, entre un río y una colonia de labradores suizos, con la tranquilidad conmovida por la presencia súbita e insólita de una casa de putas, autorizada por el Consejo Municipal mediante votación y luego de un nudo de discordias y conflictos que termina en una tragedia y una curiosa cruzada impulsada por el cura Bergner, con militancia de jóvenes que «quieren novios castos y maridos sanos». Larsen, el proxeneta, significa el «progreso» en una sociedad atemorizada y conservadora. El prostíbulo es el mundo futuro y las putas, la infinita ternura que necesitan los hombres.

 

Toda la obra de Onetti es una honda reflexión que nos empuja al desamparo, el desencanto, el desarraigo, la pasividad, el aburrimiento. Sus personajes se mueven entre las miserias de la angustia y la resignación, que asumen sin ira ni rebeldía, con cierto fatalismo cristiano digno de nuestras tradiciones, así sea sin fe. Sus personajes son contemplativos a la manera de Díaz Grey o Jorge Malabia, seres incapacitados para crear relaciones orgánicas con sus comunidades y son por tanto relegados a la soledad y el aislamiento. El mundo, para ellos, es un suplicio que deben evitar pues representa la decrepitud e insolvencia de unos valores que la pequeña burguesía abandonó hace ya tiempos, pero que parece serán pronto remplazados por otros. Un mundo de indiferencia moral, sin fe ni interés por el destino. El asunto central de su obra es la imposibilidad del hombre para resistir el peso de la realidad, como dice Eliot en uno de sus poemas. Incapaces de aceptar que sus vidas carecen de sentido, sus personajes tratan de modificar la realidad y se destruyen a sí mismos.

 

Notable cuentista, la trama de sus narraciones se construye a menudo alrededor de una acción fundamental ofrecida en versiones o claves varias, contadas a través de terceros, pasivos espectadores -como el lector- que evocan con maledicencias, chismes y rumores la vida de otros, dejándonos en la incertidumbre al tiempo que teje un personaje colectivo al que nos vamos integrando, una sociedad a la que terminamos por pertenecer: la gente de Puerto de Santa María.

 

Onetti fue calificado de anti novelista a causa de su escaso interés en los argumentos tradicionales. La acción en sus libros está generalmente subordinada a describir detalles que enfatizan el paso del tiempo. Su estilo, plano desde los primeros libros, fue cambiando gradualmente hacia un denso y oblicuo instrumento pleno en encubrimientos, reiteraciones, monólogos elípticos de acuerdo con las características complejas y confusas de sus personajes y la estática visión de la vida que tienen.

 

Juan Carlos Onetti Borges abandonó la escuela secundaria y trabajó como portero, oficinista, mesero y vendedor. En 1932 se trasladó a Buenos Aires, donde vivió por dos años, y publicó sus primeros cuentos en los suplementos literarios de La Prensa y La Nación. Sus intereses literarios se fueron desarrollando paralelamente a sus intereses políticos. De regreso a Montevideo fue nombrado editor de Marcha (1939-1942) donde promovió la nueva literatura. Al dejar la revista pasó a trabajar en la agencia noticiosa Reuter, primero en Montevideo (1942-1943) y luego en Buenos Aires (1943-1946). En esta última ciudad permanecería hasta 1955 trabajando como editor de las revistas Vea y Lea. Durante la década del cuarenta escribió varias novelas y tradujo a varios escritores norteamericanos, en especial a Faulkner, uno de sus favoritos. En 1957 fue nombrado director de las bibliotecas públicas de Montevideo. En 1974 premió un cuento de Nelson Marra. La historia fue publicada en Marcha, que fue clausurado por diez semanas y Marra, Onetti y otros miembros del jurado fueron puestos en prisión y golpeados, para hacerles entender que nadie podía afirmar que la policía uruguaya golpeaba y torturaba a los detenidos. Onetti sufrió una crisis nerviosa, tuvo que ser recluido en una clínica por algunos días y luego partió para Madrid [1976], donde permaneció hasta la hora de su muerte, sin otra enfermedad que una pereza de  vivir, tumbado en una cama leyendo patrañas policiales  y paladeando licor de malta en compañía de una perrita llamada Biche.

 

"Vivía, ha escrito José Manuel Caballero Bonald, en un piso algo sombrío, retenido en una de sus más obstinadas fases de acostado. Esa situación de residente estable en la cama dotaba al novelista de un manifiesto aire de enfermo imaginario o de excéntrico personaje de alguna novela no escrita todavía… Cuando lo conocí se había pasado del vino tinto al whisky -por prescripción facultativa, según decía- y sólo leía novelitas negras de frágil calidad y curioso enredo. También oía de vez en cuando algún tango de la buena época y algún bolero clásico… Lo cierto es que aquel señor con aspecto convaleciente no podía ser el mismo que había escrito páginas tan definitivamente seductoras. Pero de todo eso, como él mismo había dicho, hacía ya muchas páginas".

 

Sus Obras completas aparecieron en México en 1970. Recibió el Premio Nacional de Literatura (1962) y el Cervantes (1980). Mario Vargas Llosa ha dedicado a su memoria una espléndida biografía titulada El viaje a la ficción: el mundo de JCO [2008].

 

‘MEMORIA CANALLA’, UNA MUESTRA DE ARTE CALLEJERO

 

El Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, entidad adscrita a la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, inaugura el jueves 9 de julio a las 6:00 p.m., la exposición titulada Memoria Canalla del Equipo Hogar, ganadora de la Convocatoria Ciudad y Patrimonio 2008, en la sala principal del Museo de Bogotá (Cra. 4 No. 10-18).  El escenario tiene entrada gratis.

El objetivo de la convocatoria Ciudad y Patrimonio del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural que entregó para el montaje 30 millones de pesos como premio, es fomentar el reconocimiento de nuevas formas de representación de Bogotá, como fenómeno físico, social y cultural, entendido como lugar geográfico, natural y construido, así como un proceso histórico de creación de valores simbólicos tangibles e intangibles y como un texto que se presta para múltiples lecturas e interpretaciones. 

La exposición Memoria Canalla es un canal, mediante el cual artistas dedicados al arte urbano se manifiestan públicamente y en el espacio adecuado, para que sus expresiones habiten la ciudad de una manera coherente. 

A partir del 9 de julio, en la exposición y en el catálogo de presentación se mostrará el material recolectado durante 3 meses mediante convocatoria, compuesto por textos que relatan historias de situaciones y emociones vividas en torno a las inscripciones gráficas; fotografías de archivo en donde hayan sido capturadas, intencional o involuntariamente, imágenes de graffiti; objetos que hayan sido utilizados en la elaboración de alguna inscripción, y recolección de firmas o ‘tags’ de artistas urbanos.  

‘Memoria Canalla’, exposición que estará abierta al público hasta el 30 de septiembre, no será solamente una puesta en escena de muestras de graffiti y otro tipo de inscripciones artísticas en los muros bogotanos; también será un periodo en el que se realizarán conferencias, talleres e intervenciones en espacios públicos a lo largo de la ciudad, actividades que contarán con la participación de representantes locales y de expertos provenientes de Perú, Argentina, Estados Unidos, España, Inglaterra, Italia y Australia.

La Administración Distrital trabaja continuamente en la generación de espacios en la ciudad, para que las expresiones artísticas urbanas se relacionen de manera adecuada con el entorno arquitectónico y visual, bajo la reglamentación vigente.

 

REGLAMENTACIÓN VIGENTE

Existe una reglamentación específica para murales artísticos, pero no para los graffitis, ya que no son considerados elementos de publicidad exterior visual, como lo establece la Ley 140 de 1994, el Decreto 959 de 2000 (que reglamenta la publicidad exterior visual en el Distrito Capital) y el Decreto 506 de 2003, en el artículo 12 de capítulo 5, que contempla la normatividad sobre murales artísticos, al implementar la posibilidad de ser pintados sobre tela.

 

Museo de Bogotá. Sala principal (Cra 4 No. 10 – 18).

Del 9 de julio al 30 de septiembre.

Horario: De martes a viernes de 9:00 a.m. a 6:00 p.m.

Fines de semana y festivos de 10:00 a.m. a 5:00 p.m.

Teléfono: 3521865-3521864     Entrada gratis.

 

VESTIGIOS DEL PUENTE CÓRDOBA CONSTRUIDO EN 1886 EN LA CARRERA DÉCIMA

 

En desarrollo de las tareas de exploración del suelo que se venían realizando como parte de las obras de la III Fase de Transmilenio, en la Carrera Décima con Calle Sexta, para establecer la existencia o no de vestigios arqueológicos, fueron encontradas en la zona, 3 muros que según la información histórica que se posee, hicieron parte de las bases del Puente Córdoba, ubicado sobre el río San Agustín, el cual su construcción se inicio en 1886 y estuvo a cargo de los ingenieros Rafael Nieto París (1839-1899) y Ruperto Ferreira (1845-1912). 

Respetuoso de la protección de estos hallazgos, el IDU a través del contratista de la obra informa al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, entidad adscrita a la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, para que en su misión de proteger el patrimonio cultural del Distrito Capital y como entidad asesora del desarrollo de las obras de Transmilenio, valore y acompañe el plan de manejo de los vestigios encontrados, junto con el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH. 

Actualmente, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), trabajan una propuesta con el fin de definir de manera conjunta el tratamiento que debe dársele a los vestigios encontrados.  

En la zona, a una profundidad no mayor de un metro fueron localizados 3 muros en piedra de un metro de altura y 10 metros de longitud, los cuales conformaban las bases del puente.  

Igualmente, como parte del plan de manejo arqueológico, se está llevando a cabo el levantamiento topográfico y arquitectónico del sector, así como el registro fotográfico de lo encontrado.   

Para que las obras que se realizan en este sector, no afecte la investigación arqueológica y poder continuar con el pilotaje del interconector de Comuneros, el contratista del IDU, ajustó los diseños de la cimentación. 

PUENTE CÓRDOBA

Existió en la intersección de la carrera 10 con la calle 6 en el punto denominado “Siete-vueltas”. Los Planos y la construcción iniciada en 1886 estuvieron a cargo de los ingenieros Rafael Nieto París (1839-1899) y Ruperto Ferreira (1845-1912). 

PUENTES SOBRE EL RÍO SAN AGUSTÍN

Comúnmente nombrado como Manzanares, cambió el nombre tras la fundación del convento de San Agustín. De menor caudal que el San Francisco, se construía como el límite entre los barrios de la Catedral al oriente y Palacio al occidente con Santa Bárbara Sur. Su recorrido se iniciaba en el cerro de Guadalupe hasta unirse con el río San Francisco, en la carrera 6. Estaba surcado por los siguientes puentes citados en sentido oriente occidente, entre los que se encuentra el Puente Córdoba:

 

Puente de Bolívar

Puente del Carmen o Francisco de Paula Vélez

Puente de Lesmes o José Nicolás de Rivas

Puente de San Agustín o Girardot

Puente del Giral o Domingo Caicedo

Puente Cualla o Crisanto Valenzuela

Puente Córdoba

Puente Andrés Rosillo

     Publicidad
 

 

   ©Editorial ElImparcial.com.co.  © 1948 - 2009 | Nosotros