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Página 08 Pereira - Colombia. Año 60 - Segunda época - Nº 12.423-03- Fecha 07-04-2009 |
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OPINIONES
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APROXIMACIÓN IMPARCIAL A LA REALIDAD.
Eduardo Cordoví Hernández. La Habana, Cuba.
La clasificación científica nos otorga el título de Homo Sapiens. Somos un animal que puede pensar. He dicho puede pensar. Somos el único animal que tiene un aparato que produce pensamientos; de ahí el error de creer que piensa. Pero no, son los pensamientos los que ocurren en él, quiera o no. Pensar está fuera de control. La mente es como una pantalla en la cual aparecen los pensamientos unos tras otros; el individuo no puede dirigir el fluir de sus ideas. Piensa sobre algo ahora, después sobre otro asunto e inmediatamente sobre otro. Esta es la situación real de nuestro estado mental ordinario.
Uno no puede, siquiera, parar de pensar.
Intente tratar de tomar un objeto de atención, digamos un lápiz, y pretenda pensar sólo en él durante un minuto, mucho antes de que concluya ese tiempo, se sorprenderá pensando en algo distinto. Es decir, el aparato pensante es una máquina loca que trabaja fuera del poder de la voluntad. No obstante, a seres que funcionan así, les exigimos responsabilidad sobre sus actos, sobre las decisiones que toman a partir de los pensamientos que tienen. Pero como resulta que piensan una cosa ahora y otra luego, también deciden algo ahora y luego se arrepienten. Una persona así, y de esta forma somos todos los seres llamados normales, no puede ser llamada una persona responsable. ¡Y, responsabilidad, es tan sólo una de las cualidades que nos atribuimos!
Con un ser irresponsable no se puede convenir nada, no se puede acordar algo, no se pueden hacer tratos seguros, estables y duraderos, no se puede contraer ningún compromiso. No obstante todo el mundo, siendo adulto y llamado normal, se atribuye la calidad de ser responsable. Cuando no se trata de que no lo sea, sino de que tal como funcionamos no podemos serlo. Sucede que por la necesidad de vencer un curso y graduarse, o por motivos de trabajo, las personas logran entrenar su atención y llegan a tener cierto control para dirigir, por algunas horas su mente. Podría creerse que por ello subió su nivel de responsabilidad aunque fuera un poco. Es cierto. Pero sólo por muy poco tiempo, dado que existen otros errores; otras falsedades y otras atribuciones; en los cuales las personas llamadas normales sustentan su actividad, quedando tan irresponsables como antes. Por ejemplo la gente llamada normal no se conoce a sí misma, no sabe qué Es. Nadie puede definir qué Es. Llegar a explicar con claridad Qué Somos implicaría dar una conferencia o escribir un ensayo filosófico. Por otra parte, en general, no saben para qué viven, sin embargo, creen saberlo. Hay que agregar la existencia de palabras, digamos mágicas, por tanto peligrosas, que funcionan como etiquetas. Las personas se las ponen para dar una imagen agradable y confiable de sí mismas. El resultado es que las personas se ponen etiquetas de nombres que no conocen pero que creen conocer, a sí y a otros. De esta forma dicen: soy sincero, soy leal, yo amo, soy maduro, o: fulano, o zutano es honesto, es sincero, etcétera. Hay más. Una persona que le canta las cuarenta a cualquiera, que no se deja pasar una, dice de sí: soy muy sincero. Le llama sinceridad a la expresión de sus emociones negativas o al escape de su agresividad. Le pone el nombre de una cosa a otra porque desconoce el valor de las palabras. Existen criterios errados en los cuales se cree firmemente: que se tiene un Yo único, que se tiene control sobre el futuro inmediato, que Dios castiga a los malos, que uno puede experimentar amor, etcétera. Aunque todo esto no sea exacto de forma absoluta, tampoco es falacia. Me parece tan importante develar estos errores que voy a dedicarle algunos artículos al tema. Amigo lector, me interesan, también, tus opiniones.
Email: edwacor@gmail.com |
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Notas y apreciaciones
Por Fabio Martínez
Desde La vorágine de José Eustasio Rivera la novela colombiana no ha podido escapar a ese lugar oscuro de la violencia que ha atravesado nuestra historia. Esta constante se debe al hecho de que dentro de los géneros literarios, la novela es un mundo subterráneo que siempre ha dialogado con la historia. Desde Homero, historia y ficción novelesca han sido una pareja indisoluble que nos permite interpretar la historia con los ojos de la metáfora. Desde sus primeros textos, autores como García Márquez, Arturo Alape y Alonso Aristizábal se interesaron por la historia, y particularmente, por la historia trágica del país dando cuenta de ella en sus cuentos y novelas. Continuando con esta saga sobre la tragedia colombiana, que parece no tener fin, han incursionado escritores como Fernando Vallejo, Mario Mendoza y Jorge Franco, produciendo una “literatura sicaresca”, que basada en la magnificación del bandido intenta mostrar un mundo cruel y perverso. Por su trayectoria literaria, parece que el escritor bogotano Evelio Rosero no hiciera parte de la literatura trágica donde el mundo gira alrededor de la muerte. Desde sus primeras novelas Mateo solo y Juliana los mira, veíamos en Rosero a un escritor más preocupado por indagar en el mundo afectivo de sus personajes, en los niveles de subjetividad de sus héroes y de sus heroínas, antes que en la literatura faústica que ha dominado buena parte de nuestras letras. Como un buen escritor de oficio, Rosero era, ante todo, un autor lúdico y lúbrico, en el mejor sentido de la palabra. Por supuesto, a lo largo de su trayectoria, ha contado con algunas temporadas literarias en el infierno, como se percibe en sus novelas El incendiado y Plutón; pero más allá de realizar una cartografía simbólica sobre los bajos fondos, el escritor colombiano nunca se dejó seducir abiertamente por el tema de la violencia y la muerte. Con su última obra titulada Los Ejércitos, ganadora del II Premio Tusquets de novela y del Premio que otorga el periódico The Independent a la mejor ficción extranjera, Evelio Rosero entra a hacer parte de aquella tendencia de la literatura colombiana inaugurada en el país por Rivera. En Los Ejércitos se narra la historia de San José, un pueblo pacífico, habitado por gente trabajadora que lleva una vida idílica. En el pueblo, aparentemente, no pasa nada; pero a medida que el narrador, quien es un profesor voyerista, se detiene en los avatares de la cotidianidad, se va descubriendo que reinan la desaparición forzada, el secuestro y la muerte. Con Los Ejércitos, Rosero crea la metáfora terrible del pueblo que poco a poco va desapareciendo por la violencia para mostrarnos los dientes de la barbarie y el estado de indefensión en que se encuentran sus habitantes. El pueblo de San José pasa de una vida paradisíaca a un infierno donde el derecho a la vida es violado por los ejércitos legales e ilegales que merodean en la oscuridad. San José es un pueblo acorralado por el miedo, instigado por el secuestro, y asediado constantemente por la muerte. La villa de Rosero no es el pequeño villorio de García Márquez que se paraliza porque un ladrón se ha robado las bolas de billar. Tampoco es la estancia de Rulfo poblada de fantasmas. Es un pueblo donde a sus habitantes los van eliminando físicamente hasta que sólo queda un poblador: el profesor Ismael Pasos, que es el único que puede ver y contar la historia. Con Los Ejércitos, Evelio Rosero retoma la temática de la violencia que se anunciaba en La mala hora de García Márquez y El llano en llamas de Juan Rulfo. Pero a diferencia de Gabo y Rulfo donde se percibe un tratamiento surreal que bordea con lo fantástico, en Rosero hay una invitación a volver al neorrealismo. Pero no al neorrealismo de la llamada “literatura sicaresca” donde los bandidos son los héroes de la historia, sino al neorrealismo de Todas las familias felices de Carlos Fuentes donde el pueblo es el protagonista de la historia. Con Los Ejércitos, Evelio Rosero, el escritor colombiano de la generación ‘sin cuenta’ se consolida como una de las voces más importantes de la literatura hispanoamericana. |
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Discurso por un mundo mejor Charles Chaplin, El Gran Dictador, 1940 Lo siento; pero yo no quiero ser emperador. Ése no es mi oficio. No quiero gobernar ni conquistar a nadie. Sino ayudar a todos, si fuera posible; judíos y gentiles, blancos o negros. Tenemos que ayudarnos unos a otros. Los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacerlos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos. La buena tierra es rica, y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas. Ha levantado barreras de odio; nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado nosotros. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin esas cualidades, la vida será violenta y se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de esos inventos exige bondad humana; exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros. Ahora mismo mi voz llega a millones de personas en todo el mundo; a millones de desesperados, hombres, mujeres, niños; víctimas de un sistema que hace torturar seres humanos y encarcelar a seres inocentes. A los que pueden oírme les digo: "¡No desesperéis!" La desdicha que ha caído sobre nosotros no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen el verdadero avance del progreso humano. Los hombres que odian desaparecerán y caerán los dictadores; el poder que le arrebataron al pueblo ha de retornar al pueblo. Y así, mientras el hombre exista, la libertad no perecerá. ¡Soldados! ¡No os rindáis a esos hombres que en realidad os desprecian y os esclavizan, que reglamentan vuestras vidas y os dicen lo que tenéis que hacer, que pensar y que sentir! ¡Que os comen el cerebro, que os tratan como a ganado y que os utilizan como carne de cañón! No os entreguéis a esos individuos inhumanos, hombres máquina que tienen máquinas en su cerebro y en su corazón! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡No sois ganado! ¡Sois hombres! ¡Y con el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No al odio! ¡Sólo odian los que no pueden amar y los inhumanos! ¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad! En el capítulo 17 de San Lucas se lee: “El Reino de Dios está dentro del hombre.” No de un solo hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres. Está en vosotros. ¡Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas! ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer esta vida libre y hermosa; de convertirla en una maravillosa aventura. ¡En nombre de la democracia, utilicemos ese poder, actuando todos unidos! Luchemos por un mundo nuevo; un mundo justo que a todos asegure la oportunidad de trabajo, que dé futuro a los jóvenes y protección a los mayores. Con la promesa de tales cosas es como esas fieras han escalado al poder. Pero, ¡sólo engañan y mienten! ¡No cumplen lo que prometen! ¡Jamás lo cumplirán! Los Dictadores se hacen libres, sin embargo esclavizan al pueblo. ¡Luchemos ahora nosotros para hacer realidad lo prometido; todos a luchar por la libertad del mundo entero, para derribar barreras, para derribar la ambición, el odio y la intolerancia! ¡Luchemos por el mundo de la razón, un mundo en que la ciencia y el progreso auténtico nos conduzcan a todos a la felicidad! ¡Soldados, en nombre de la democracia, debemos unirnos todos!” Hannah, ¿puedes oírme? ¡Dondequiera que estés, mira a lo alto! ¡Mira, Hannah, las nubes están desapareciendo! ¡El sol se está abriendo paso a través de ellas! ¡Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz! ¡Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah, han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡Mira a lo alto, Hannah, mira a lo alto! |
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